Buenos Aires. 20 de julio de 1907. Sanatorio Temperley. Establecimiento especial para el tratado del Cáncer y Enfermedades de la Sangre. Es evidente que el cáncer se cura por completo con el suero anticanceroso del Profesor Beard, de la Universidad de Edimburgo (Inglaterra.) El suerto anticanceroso se aplica en los hospitales principales de Europa, los Estados Unidos y el Sanatorio Temperley con sorprendentes resultados. El Sanatorio Temperley es el único establecimiento autorizado por el Doctor Beard para la aplicación de este tratamiento en la República Argentina. Las consultas son gratuitas de 10 a 12 a.m. y deben dirigirse al "Sanatorio Temperley", Temperley F.C.S. En la capital pueden obtenerse informes en Bolívar 332, de 1 a 3 p.m.
Este anuncio fue el disparador que llevó a Roque Larraquy a escribir su primer novela "La comemadre" dividida en dos partes. En la primera, que transcurre en el año 1907, podemos leer la historia de un selecto grupo de médicos del Sanatorio Temperley que inician un desquiciado experimento con los pacientes terminales atraídos por el anterior anuncio. Este suero mágico era la carnada para aquellos que, confiados, accedian al tratamiento del Dr. Beard. Detrás de esta pantalla de falsas esperanzas, el director del hospital junto con el cuerpo médico ponen en funcionamiento un proyecto para intentar delucidar qué es lo que hay después de la muerte. El detalle de que Edimburgo no queda en Inglaterra sino en Escocia es absolutamente intencional. "Se deslizó el error para evitar la llegada de personas informadas y escrupulosas. Ledesma dice que trabajar con sujetos de escasa educación evitará que el relato de la muerte se vea afectado por los desatinos del buen decir", nos cuenta, inmutable, el personaje narrador.
Antes de la guillotina, la pena capital era una espectáculo público con personajes fijos: verdugo, condenado y populacho. El final invariable no mitigaba el efecto de la representación, a la vez catártico y didáctico. La invención de la guilloina convierte a la pena capital en una técnica. La figura del verdugo se reduce a su mínima expresión, la de operario de máquina (...). Un hecho desconocido por quienes no practican el oficio es que la cabeza separada del tronco permanece consciente y en pleno uso de sus facultades durante nueve segundos.
Este texto es el motor que los lleva a poner en marcha su experimento: una máquina decapitadora con un funcionamiento especialmente diseñado para que la cabeza pueda hablar en esos 9 segundos y poder ser espectadores del mistero post-vida. Médicos verdugos.
Toda esta primera parte es una mezcla de crítica ácida, graciosa y severa hacia el sistema, un escenario cruel donde los personajes, en nombre de la ciencia y la religión ejercen el poder sobre el cuerpo. Los personajes, a su vez, se ven enredados en un entuerto amoroso.
La segunda parte, ya en el año 2009, cuenta la vida de un artista (que por momentos recuerda a Ignatius Reilly), prodigio desde niño en el dibujo y la pintura, que busca consagrarse en el mundo del arte provocando a la sociedad, saliendo del límite del lienzo para trabajar con personas, partes de cuerpos, hasta concluir con la intervención del propio cuerpo como obra/espectáculo. Afirma que es necesario hacer una primera obra "que estimule la vulgaridad y la vergüenza ajena”. Toda esta violencia y mutilación está solapada, escrita en clave de humor e ironía. "Al dedo -el dedo amputado utilizado para la obra- le debemos casi todo: es eficaz como un chiste sobre mocos en una clase de geografía". Nada se toma demasiado en serio a pesar de los múltiples mensajes que también se pueden leer entre líneas. Esas preguntas que muchos nos habremos hecho en algún que otro momento o frente alguna que otra obra: ¿qué es el arte? Si es que hay límites, ¿cuáles son?
Su prosa es concreta, acotada, toda la novela está escrita en primera persona. Se conectan ambas partes por espacios, objetos y nombres en común; también por las historias de amor (bastante complejas, por cierto) que se desarrollan a lo largo de las dos historias.
"La comemadre ofrece dos relatos que hunden sus raíces en la misma materia y abrevan en las mismas obsesiones. De un lado, un médico que se ve envuelto en una iniciativa científica descabellada y cruel, en un sanatorio suburbano. Por otra parte, un célebre artista plástico que lleva al extremo su búsqueda estética y se transforma, él mismo, en objeto de experimentación. Por ambos hemisferios de este libro rondan la intervención sobre el cuerpo y la búsqueda de la trascendencia. Primero, presentadas como derivación de una contrahecha esperanza positivista, a comienzos de 1900. Luego, como resultado de una apuesta artística radical, exitosa y, finalmente, banal en los inicios del siglo XXI. En el centro de esta novela, puntuada por el humor y la velocidad de su cadencia narrativa, flota la idea de lo monstruoso. Roque Larraquy lo presenta no ya de un modo ajeno o repudiable, sino como el motor de un quimérico progreso colectivo o personal, como una de las absurdas secuelas del amor." (Ed. Entropía)
Este anuncio fue el disparador que llevó a Roque Larraquy a escribir su primer novela "La comemadre" dividida en dos partes. En la primera, que transcurre en el año 1907, podemos leer la historia de un selecto grupo de médicos del Sanatorio Temperley que inician un desquiciado experimento con los pacientes terminales atraídos por el anterior anuncio. Este suero mágico era la carnada para aquellos que, confiados, accedian al tratamiento del Dr. Beard. Detrás de esta pantalla de falsas esperanzas, el director del hospital junto con el cuerpo médico ponen en funcionamiento un proyecto para intentar delucidar qué es lo que hay después de la muerte. El detalle de que Edimburgo no queda en Inglaterra sino en Escocia es absolutamente intencional. "Se deslizó el error para evitar la llegada de personas informadas y escrupulosas. Ledesma dice que trabajar con sujetos de escasa educación evitará que el relato de la muerte se vea afectado por los desatinos del buen decir", nos cuenta, inmutable, el personaje narrador.
Antes de la guillotina, la pena capital era una espectáculo público con personajes fijos: verdugo, condenado y populacho. El final invariable no mitigaba el efecto de la representación, a la vez catártico y didáctico. La invención de la guilloina convierte a la pena capital en una técnica. La figura del verdugo se reduce a su mínima expresión, la de operario de máquina (...). Un hecho desconocido por quienes no practican el oficio es que la cabeza separada del tronco permanece consciente y en pleno uso de sus facultades durante nueve segundos.
Este texto es el motor que los lleva a poner en marcha su experimento: una máquina decapitadora con un funcionamiento especialmente diseñado para que la cabeza pueda hablar en esos 9 segundos y poder ser espectadores del mistero post-vida. Médicos verdugos.
Toda esta primera parte es una mezcla de crítica ácida, graciosa y severa hacia el sistema, un escenario cruel donde los personajes, en nombre de la ciencia y la religión ejercen el poder sobre el cuerpo. Los personajes, a su vez, se ven enredados en un entuerto amoroso.
La segunda parte, ya en el año 2009, cuenta la vida de un artista (que por momentos recuerda a Ignatius Reilly), prodigio desde niño en el dibujo y la pintura, que busca consagrarse en el mundo del arte provocando a la sociedad, saliendo del límite del lienzo para trabajar con personas, partes de cuerpos, hasta concluir con la intervención del propio cuerpo como obra/espectáculo. Afirma que es necesario hacer una primera obra "que estimule la vulgaridad y la vergüenza ajena”. Toda esta violencia y mutilación está solapada, escrita en clave de humor e ironía. "Al dedo -el dedo amputado utilizado para la obra- le debemos casi todo: es eficaz como un chiste sobre mocos en una clase de geografía". Nada se toma demasiado en serio a pesar de los múltiples mensajes que también se pueden leer entre líneas. Esas preguntas que muchos nos habremos hecho en algún que otro momento o frente alguna que otra obra: ¿qué es el arte? Si es que hay límites, ¿cuáles son?
Su prosa es concreta, acotada, toda la novela está escrita en primera persona. Se conectan ambas partes por espacios, objetos y nombres en común; también por las historias de amor (bastante complejas, por cierto) que se desarrollan a lo largo de las dos historias.
"La comemadre ofrece dos relatos que hunden sus raíces en la misma materia y abrevan en las mismas obsesiones. De un lado, un médico que se ve envuelto en una iniciativa científica descabellada y cruel, en un sanatorio suburbano. Por otra parte, un célebre artista plástico que lleva al extremo su búsqueda estética y se transforma, él mismo, en objeto de experimentación. Por ambos hemisferios de este libro rondan la intervención sobre el cuerpo y la búsqueda de la trascendencia. Primero, presentadas como derivación de una contrahecha esperanza positivista, a comienzos de 1900. Luego, como resultado de una apuesta artística radical, exitosa y, finalmente, banal en los inicios del siglo XXI. En el centro de esta novela, puntuada por el humor y la velocidad de su cadencia narrativa, flota la idea de lo monstruoso. Roque Larraquy lo presenta no ya de un modo ajeno o repudiable, sino como el motor de un quimérico progreso colectivo o personal, como una de las absurdas secuelas del amor." (Ed. Entropía)
No hay comentarios:
Publicar un comentario